El Estado y las religiones
La tendencia de la civilización en el último siglo ha sido separar lo que antes estaba unido, y que incluso eran una misma cosa: El Estado y la Iglesia. En los países más civilizados de la Tierra esta separación es clara, mientras que en los más atrasados, la religión sigue estando presente en el Estado, como es el caso de los países islámicos, y en cierto modo también nuestros países. En general, en los países atrasados no existe una idea clara del rol del Estado y a menudo este acaba mezclado no sólo con la Iglesia sino con el Ejército o con el partido político.
Borges decía que un Estado manejado por militares era tan absurdo como un gobierno de zapateros. Lo mismo se puede decir de un Estado que es regido por convenciones religiosas. Pero no es muy diferente un Estado que se inmiscuye en las cuestiones de la religión.
El problema de no tener un concepto claro del rol del Estado es que a menudo se interfiere en los asuntos de la vida cotidiana de las personas, incluyendo la religión y su vida sexual. El problema de tener una maquinaria legislativa sin conceptos claros sobre la función de la ley y del Estado, es que el Congreso se convierte en una fábrica de leyes que se entrometen en donde no les compete y nadie los ha llamado.
Tenemos ahora el caso de una Ley de Libertad Religiosa, si es que se llama así, que nadie la ha pedido ni tiene ninguna necesidad de ser. A menos que el Estado intente regular las normas contributivas de ciertas agrupaciones, lo demás carece de sentido. La libertad es una cosa que ya está garantizada por la Constitución y no hacen falta más leyes que lo proclamen. La gente puede creer en lo que le venga en gana. Eso está claro.
Lo que me parece lamentable es que se siga legislando a base de fetiches ideológicos carentes de sentido real. Por ejemplo el concepto mítico de "igualdad" es tan sólo una fantasía retórica que da vueltas como un moscardón encerrado en el cerebro vacío de los tontos. En este mundo no existe ninguna igualdad. Tal vez la única igualdad posible sea la de los tontos que creen en la igualdad. ¿Qué cosa es igual a otra en este mundo?
La "Ley de igualdad y libertad religiosa" empieza mal si asume que todas las religiones son iguales. Si fueran iguales no serían religiones distintas. ¿No es cierto? La pregunta crucial es ¿en qué son iguales las religiones? No son iguales en sus cultos ni en sus ídolos ni en sus costumbres ni en su aceptación popular. En nada. Entonces ¿porqué hablar de igualdad religiosa? ¿Acaso no hay religiones aberrantes, con costumbres primitivas y repletas de ideas absurdas, que incluso ponen en peligro la vida?
Los políticos, y especialmente los legisladores, deberían ya quitarse de la mente ese falso concepto de la "igualdad" para hacer leyes. Tendrían que tomarse el tiempo y el esfuerzo necesario para hacer una adecuada discriminación de la realidad y otorgarle a cada cosa su correspondiente valor. Incluso han caído en el ridículo al discriminar a la Iglesia Católica en su "Ley de la Igualdad religiosa". De hecho, las religiones no se pueden igualar.
Lo que el Estado ha debido hacer, si quería legislar sobre la religión, es eliminar de una vez por todas cualquier vestigio de religión dentro de sus protocolos y sus instalaciones. No es posible que en pleno siglo XXI el Estado peruano siga todavía proclamando al Señor de los Milagros patrono de nosecuantos. Tampoco es dable que los institutos armados y la Policía Nacional estén consagrados a santos patrones, que los ministros, congresistas y otros funcionarios tengan que jurar frente a un crucifijo y una Biblia. Todo rasgo de ritual religioso y símbolo religioso debería ser eliminado del Estado por completo. Más aun si ya tenemos candidatos no católicos en crecimiento político. Más vale depurar el Estado de una vez por todas, de todo vestigio religioso. Es la única utilidad que podría tener hoy una ley religiosa.
De hecho, lo único sensato de una ley sobre la religión es regular la propia relación del Estado con la religión, y no solo con las confesiones religiosas como instituciones. Vale decir, tendría que definirse el papel del Estado, sus escenarios y actos protocolares para que todos ellos queden libres de intromisión religiosa. Esto significaría, entre otras cosas, que los miembros del Ejecutivo ya no tendrían que acudir en cada Fiestas Patrias a la Catedral para oír el Te Deum, pero tampoco a ninguna otra Iglesia, como Alan García ha empezado a poner de moda. Hay que detener esta huachafería de inmediato.
Otro aspecto muy necesario de una ley sobre la religión y las religiones, sería eliminar esa patética costumbre de la juramentación para asumir un cargo, especialmente el de los congresistas, que se ha convertido en un circo extravagante, donde cada quien jura por lo que le viene en gana. Así por el estilo, haría falta que los congresistas se ocupen de lo suyo, de los asuntos del Estado, y no de entrometerse en la vida privada de las personas. Las leyes no se hacen para regular las vidas de las personas.