Una vez más nuestro estimado escritor Mario Vargas Llosa le ha dedicado su pluma a la situación política del Perú, y una vez más podemos advertir sus tremendos desequilibrios al mirar desde su ventana solo un lado de la calle. Es extraño y preocupante que Mario haya perdido su habitual lucidez, independencia y amplitud de panorama que suele caracterizar sus columnas. No cabe duda que algo en sus adentros lo instiga. Me temo que MVLL sigue aún con el trauma que Alberto Fujimori le produjo al llevarlo al único y más estrepitoso fracaso de su exitosa vida. Analicemos su última columna.

Primero Mario se queja de que el cardenal Cipriani haya opinado sobre su opinión. Al parecer Mario cree que cuando él opina está bien pero que cuando el cardenal lo hace, está mal. Mario cree que él sí puede instigar a votar a la población, pero el cardenal no puede. Curiosa es la dialéctica de MVLL cuando analiza la libertad de opinión y de pensamiento, pues él supone que sus opiniones deben ser intocables y más sagradas que las palabras del cardenal. Querido Mario: así no es la cosa. Todos podemos opinar y no tienes porqué rayarte cuando te critican ni recordarle su vida al cardenal, pues criticas lo mismo que tú haces.

En segundo lugar, nuestro entrañable autor hace eco de la izquierda peruana que en medio de su propia guerra sucia se queja de guerras sucias y de campañas de demolición. Cualquiera que tenga ojos puede ver que la campaña de demolición más feroz y ruin  está dirigida contra Keiko, a quien se le ha cargado injustamente todo el peso y la responsabilidad de la dictadura de los 90, cuando ella era una adolescente. Si eso no es una sucia campaña de demolición ¿qué es? Por supuesto, nuestro querido premio Nobel se ha sumado con mucho gusto a esta campaña de demolición de Keiko y luego tiene la desfachatez de "denunciar" una campaña de demolición contra Humala.

En tercer lugar, Mario, en una muestra de mayúscula ingenuidad y candidez, hace eco de uno de los pasquines más abyectos de la prensa peruana, el diario La Primera, en donde no hacen más que inventar denuncias delirantes todos los días. Mario Vargas Llosa recoge de este tacho de basura una denuncia alucinante: el gobierno "habría encargado" a los servicios de inteligencia un "Plan Sábana" destinado a demoler la candidatura de Ollanta Humala. Una denuncia que, además de carecer de evidencias, como todas las denuncias de este pasquín, se cae solita de lo estúpida que es. En realidad no pasa de ser una muestra más de la furiosa guerra sucia que ha emprendido la izquierda.

En cuarto lugar, Mario Vargas Llosa critica los despidos de periodistas, como si esto fuera una novedad en los medios peruanos. Pero no dice una palabra sobre el Plan de Gobierno de Ollanta Humala donde se señalan intenciones autoritarias contra las libertades de prensa y de expresión. Tampoco anticipa que un gobierno de Ollanta intentará replicar, como ya lo han anunciado, el control velasquista de la información, centralizándola en una oficina del gobierno, similar a la nefasta OCI. Nada de esto preocupa a Mario, quien se ha quedado muy satisfecho y feliz del "compromiso" que Ollanta ha firmado. Igualmente no dice nada de las marchas y contramarchas de Ollanta, pues un día anuncia que cambiará su Plan y al otro día lo ratifica rabiosamente.

En suma, resulta preocupante la posición adoptada por Mario Vargas Llosa, pues como vemos, ha perdido toda la lucidez que lo acompañaba antes. No hay nada más paradójico que un defensor de la democracia termine apoyando a un golpista y a una secta de alucinados de la izquierda cavernícola, quienes ya están afilando sus cuchillos para destajar todas las virtudes de este modelo económico, las libertades democráticas y la propiedad privada. Atormentado por sus traumas internos, Mario Vargas Llosa ha corrido a ocultarse en la cueva de los lobos.

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