ya acabó su novela

La pasión por el ridículo

Publicado: 2011-07-29

No se puede negar que la ceremonia de toma de mando del nuevo Presidente Ollanta Humala ha sido, por lo menos, bochornosa. En general resulta lamentable y vergonzoso que en nuestro país los rituales de juramentación se hayan convertido en espectáculos de mal gusto, muy lejos de ser lo que eran antes: un ritual sagrado y majestuoso. Hoy es apenas una triste payasada, donde cada juglar pretende ser el más chistoso del circo.

Si bien estábamos ya acostumbrados a las extravagantes juramentaciones de los congresistas, quienes además de Dios acaban invocando a la plata, los apus y otras mil huachafadas, cada una más absurda que la otra, lo que no esperábamos es que el juramento del Presidente de la República y sus vice presidentes terminara con estos mismos ridículos matices.

Ha sido una lástima que un acto tan simple, pero simbólico y magno, se haya visto empañado por una actuación inicua, absurda, innecesaria y de una falta total de tino político. Una especie de travesura infantil e irresponsable, digna de un salón de secundaria pero no de un presidente. Un acto que solo los idealistas y poéticos de la izquierda progre sin duda intentarán defender y valorar con sus típicas argucias retóricas y fútiles, pero que el común de la gente pensante condenará. Jurar por una Constitución que ya no está vigente y que, por más que les guste, es parte del pasado y de la historia, no solo carece de sentido sino que se presta para dejar dudas sobre la situación jurídica a la que se pretende llevar al país; y peor aun, se convierte en una clara provocación a la segunda fuerza política presente en el mismo recinto.

Por un capricho verdaderamente idiota, el Presidente Humala y sus dos franeleros vice presidentes, convirtieron su propia ceremonia protocolar en un circo de fiestas patrias, donde las talibanes del fujimorismo competían con la chusma que el nacionalismo suele llevar como congresistas. El mensaje presidencial no dejó de ser interrumpido cada tres o cuatro minutos por gritos de uno y de otro lado, especialmente por el cacareo de consignas propias de un mitin callejero. Y todo eso delante de los presidentes de Latinoamérica y de la prensa extranjera.

¿Valió la pena? Para nada. Ha sido tan solo una muestra más de esa irrefrenable pasión por lo banal y lo ridículo que acompaña a la mayoría de nuestros políticos improvisados. Una triste manera de empezar una gestión que, para muchos, está cargada de esperanzas o, al menos, de expectativas de cambio.

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Escrito por

Dante Bobadilla Ramírez

Psicólogo cognitivo, derecha liberal. Ateo, agnóstico y escéptico.


Publicado en

En busca del tiempo perdido

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