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La crisis del Estado y de la democracia

Las crisis sociales son la expresión de dos condiciones básicas: primero, la distancia que hay entre el pensamiento político y la realidad, cuestión que está expresada primariamente en la estructura del Estado y en los mecanismos de representación y participación social. En segundo lugar están los errores políticos cometidos alguna vez, y que durante décadas han estado incubando una crisis económica que acaba por estallar como una burbuja, generando el descontento masivo. Por fortuna este no es el caso peruano, pero sí el primero, es decir, la distancia entre la sociedad y la política, que no se cubre tan solo con elecciones masivas y forzadas.

De hecho, la actual crisis política tiene su origen en una anacrónica estructura del Estado y en un sistema político inadecuado, instaurado desde los manuales básicos, sin un estudio previo de nuestra realidad ni un debate entendido e informado. Además esta crisis está alimentada por actores políticos de segundo nivel, organismos que hoy conviven con las comunidades en la forma de ONGs, y que han reemplazado a los clásicos partidos políticos. Ante la falta de actividad política partidaria solo ha quedado el adoctrinamiento político de las ONGs.

La crisis social y política actual tiene sus orígenes en los años 70, tal como lo revelan diversos estudios: "La ideología participacionista de los años velasquistas y las masivas campañas de concientización, generaron una movilización que fue tolerada sólo en la medida en que aceptó el control de la cúpula. La concientización no alcanzó a promover una nueva estructura (del Estado) pero introdujo patrones para una nueva orientación de la conducta social." (Matos, 1984, p. 90).

La cita corresponde al famoso librito de José Matos Mar "Desborde popular y crisis del Estado", best seller de los 80. Cita reveladora que demuestra el verdadero origen de la crisis en la prédica ideológica velasquista, que no fue otra que la prédica de la izquierda nacional orientada hacía el rechazo de la democracia representativa formal, para orientarse hacia una novedosa "democracia social de participación plena y directa". O sea el caos callejero como forma de expresión política. El gobierno militar pretendía, al igual que el modelo de Hugo Chávez, quedarse indefinidamente en el poder y reemplazar la "caduca" democracia formal por "democracia participativa". Al final dejaron el poder pero dejaron su "democracia" callejera.

Posteriormente tal idea tuvo acogida en la izquierda debido a sus reiterados fracasos electorales. Hecho que para la izquierda solo se explicaba por la intervención de fantasmas como la plutocracia, los "dueños del Perú", la oligarquía, la CIA, el imperialismo, los "poderes fácticos" y mil tonterías por el estilo. Incapaces de ver la realidad, nunca aceptaron el hecho de que simplemente eran inelegibles por delirantes. Pues bien, luego de cuatro décadas de predicar la "democracia directa de participación popular", lo que tenemos es el presente caos social. Claro que además está reforzado por un Estado y un sistema político que no se adecua a las características y necesidades sociales del Perú.

No podemos construir un país predicando diferentes discursos políticos a la población. O queremos una democracia formal, representativa y basada en partidos políticos, o pretendemos una pseudodemocracia social de participación directa y caótica, sin partidos y con la actividad agitadora de las ONGs. Hay que ser claros en condenar este vandalismo "reivindicacionista" exigiendo que sus demandas se canalicen por los mecanismos existentes, o exigir que estos mecanismos existan mediante una modificación del Estado, pero no podemos avalar y alentar estas actitudes y esperar tener un país con paz social.

Mientras tengamos esta dicotomía en el pensamiento político nacional, parece imposible que podamos ponernos de acuerdo. La misma izquierda va de un lado al otro en su retórica. Luego de pontificar a favor de la inclusión social, ahora acusan al gobierno de "inclusionista", es decir de no respetar la autonomía de las comunidades. Luego de reclamar la presencia del Estado ahora exigen que el Estado no intervenga en los sagrados territorios de las comunidades, como si el Perú no fuera uno solo, y como si fuera aceptable la existencia de una especie de extraterritorialidad a favor de las comunidades, cosa que jamás ha existido en el Perú. Ahora incluso resulta que ya no debemos llevarles educación ni medicinas, ni tecnologías ni formas de vida civilizadas, porque eso atenta contra su cultura autóctona, contra sus creencias y cosmovisión. En otras palabras, hay que dejarlos en el atraso y la miseria, curándose con chamanes y adorando a las montañas. Eso es lo que predican ahora en la izquierda culturalista y ambientalista.

Así resulta que unos árboles son más importantes que una carretera o una hidroeléctrica. Me pregunto ¿Cómo se llegó a construir esa maravilla mundial que es la represa de Itaipú? ¿Acaso esta represa no ha significado el mayor progreso para el Paraguay? ¿No se ha convertido en una atracción turística a nivel mundial que beneficia directamente a las comunidades ribereñas? Solamente esa represa lleva diez veces más turistas al año que Machu Picchu. Sin embargo acá se pretende preservar espacios para la adoración fetichista y mágica, como si con eso van a vivir las comunidades.

¿Es posible un entendimiento en medio de esta dispersón ideológica? ¿Debe primar la ideología o la realidad? ¿Debemos preservar culturas intocables o es nuestra misión persistir en la incorporación de todos en los beneficios de la civilización? ¿Debemos tolerar microestados, autonomías rebeldes, caprichos comunales, intereses dirigenciales y manipulación política? O debemos imponer el orden y la ley en todo el territorio de la República, que es uno e indivisible, como lo declara la Constitución?

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