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La informalidad laboral y la fantasía ideológica

Publicado: 2011-07-07

Nuevamente se informa que el mercado laboral peruano tiene un 80% de informalidad. En otras palabras, 8 de cada diez trabajadores peruanos está al margen de las leyes laborales. No me interesa el contenido político de esta noticia sino su valor como prueba evidente del divorcio que existe en nuestra cultura entre la realidad y la fantasía, según la cual se la entiende y se la trata de manejar mediante leyes.

Los países más civilizados son los que viven cercanos a la realidad y aprenden de la realidad, interviniendo allí donde hace falta para mejorar, pero corrigiendo de inmediato lo que no da resultados. Los países subdesarrollados tratan de vivir al revés: tienen interpretaciones antojadizas de la realidad y pretenden imponer concepciones ideologizadas a los hechos de la vida cotidiana, despreciando los datos de la realidad y procurando corregir a la realidad en vez de corregir sus leyes. A toda costa intentan que la realidad encaje en sus concepciones ideológicas. La consecuencia inevitable de este proceder es que la vida se torna cada vez más precaria, aumentando la distancia entre realidad informal y fantasía formal.

El escenario laboral es un excelente laboratorio para estudiar este divorcio entre fantasía política y realidad social. Las leyes que se dieron desde la dictadura de Velasco y consagradas por la izquierda delirante de los 80, trataron de recubrir al trabajador con una serie infinita de beneficios, llamados hoy "derechos laborales", empezando por el concepto absurdo de "estabilidad laboral". ¿Cómo puede haber "estabilidad" en un mundo que es esencialmente cambiante, y menos aún en el dinámico e imprevisible mundo de la economía y del mercado? De hecho, el concepto de "estabilidad laboral" es uno de los más absurdos que hay en el campo de la legislación laboral, y solo es fruto de la demagogia más pura. Por supuesto, las empresas están obligadas a responder a la realidad del mercado y no a la fantasía ideológica de los políticos demagogos.

La consecuencia obvia, inmediata y directa de una ley que impone la "estabilidad laboral" a las empresas es que simplemente nadie quiere hacerse de trabajadores que más tarde no podrá despedir, llegado el caso en que tenga que hacerlo. La única salida es apelar a la informalidad y otros mecanismos elusivos. Así es como nacieron los contratos laborales y las "sérvices". Lo ridículo es que hasta el propio Estado apeló a estos recursos. Entonces la pregunta es muy simple: si nadie quiere ese procedimiento legal ¿porqué no lo cambian? No lo hacen porque siguen presos de la fantasía ideológica y de la doctrina política, fenómeno muy propio de las sociedades subdesarrolladas.

Lejos de corregir la aberración creada, el siguiente paso de los políticos fue atacar a las sérvices y legislar en contra de los contratos laborales. Así fue como la informalidad aumentó todavía más y surgieron otros mecanismos elusivos como la boleta por servicios profesionales. Es decir, mientras los políticos pretenden acorralar a la realidad con sus leyes absurdas lo único que logran es empeorar la situación. Es como ajustarse más la cuerda alrededor del cuello, en lugar de desatar el nudo.

No tiene ningún sentido hacer leyes que pretenden imponerse a la realidad. Más aun de parte de un Estado que carece de la capacidad de supervisar el cumplimiento de las leyes, y menos aun de un Estado que tampoco cumple sus propias leyes y apela a mecanismos elusivos. No hay nada más dañino para la población laboral que promulgar leyes que pretenden otorgar infinitos beneficios a los trabajadores, como una obligación de las empresas.  Simplemente así no funcionan las cosas.

Si los legisladores fuesen más inteligentes, menos ideologizados, menos demagogos y más realistas, se limitarían a dar leyes cuyo cumplimiento se pueda garantizar y que no someta a las empresas a condiciones peligrosas para su supervivencia. No se puede legislar ignorando la realidad, los hechos y la historia. Ya en los años 30 ocurrió un caso patético cuando los Larco dieron un gran aumento general a sus trabajadores de su hacienda azucarera confiados en nuevos contratos de exportación con los EEUU para el próximo año. De pronto los EEUU entraron en guerra y la situación cambió, pero en el Perú ya se había dado una de las primeras leyes laborales que prohibía reducir sueldos a los trabajadores. La hacienda de los Larco simplemente quebró y todos acabaron en la calle. Aunque ese es solo un caso entre miles.

Hoy la realidad nos dice que el 80% de la masa laboral es informal. ¿Sirve esto para reflexionar? ¿Es un dato a tener en cuenta para reformular el esquema de las leyes laborales? ¿Se usará como argumento para hacer leyes más realistas y menos demagógicas? Lo veo difícil. Lo más seguro es que los demagogos salgan una vez más a dar más leyes para enfrentarse a la realidad en vez de aprender de ella. En vez de eliminar conceptos absurdos como "estabilidad laboral" o "sueldo mínimo" lo que harán será reafirmarlos, incentivando la imagen perversa de que el empresario es un enemigo al que se debe combatir, según el dogma marxista de la lucha de clases, ideología que ha sido derrotada por la realidad en todo el mundo. Persistir en ella es el típico divorcio tercermundista entre la fantasía ideológica y la realidad concreta. Locura, que le dicen algunos.

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Escrito por

Dante Bobadilla Ramírez

Psicólogo cognitivo, derecha liberal. Ateo, agnóstico y escéptico.


Publicado en

En busca del tiempo perdido

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