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Saltimbanquis y farsantes

Publicado: 2014-10-18

La realidad es insobornable. No importa el cúmulo de retórica que se invierta en su diagnóstico ni cuántos esfuerzos se malgasten en el ridículo intento por controlarla o transformarla. Ella siempre sigue su propio curso ignorando a los iluminados que propugnan cambios revolucionarios, vanos intentos que solo dejan penosos fracasos por todos lados. Pero ni la rotunda derrota del comunismo a escala mundial (el más grande intento de transformación) ha mermado el anhelo humano de cambio y control de la realidad. Todavía se navega en ese mar de la estulticia con la misma retórica y las mismas pretensiones transformistas apenas maquilladas. La historia política de la humanidad es una repetición sin fin, pero para entenderla adecuadamente hace falta quitarle el exceso de retórica y falsas imágenes montadas en cada psicosocial. 

A inicios de siglo el Perú vivió una petit revolución, pero no a cargo de los típicos iluminados de izquierda, sino de simples saltimbanquis que se llenaron la boca con la palabra "cambio" y otras frases de cliché que se repiten hasta hoy, tales como "recuperar la democracia", "derrotar la dictadura" y "luchar contra la corrupción". Aquella mini revolución no fue más que una farsa montada a partir de una sola imagen: la de Vladimiro Montesinos sobornando a un congresista para pasarse a las filas del fujimorismo. Imagen que solo confirmaba lo que era un rumor a voces, pues el escandaloso espectáculo de legisladores pasándose al oficialismo no dejaba lugar a dudas. El video lo confirmó. Y fue suficiente para que saltaran a la arena una serie colorida de saltimbanquis de diverso pelaje que alborotaron el escenario tratando de ganar protagonismo y aprovechar el desconcierto.

Como si el transfuguismo no fuera una práctica común en los políticos peruanos hasta el día de hoy, el "vladivideo" fue hábilmente utilizado por una banda de farsantes de la moral como pretexto para montar una supuesta "lucha contra la corrupción". En tanto que los demagogos llamaban "dictadura" al régimen fujimorista, de inmediato surgió la ridícula expresión "recuperar la democracia". Así fue como se montó uno de los más patéticos psicosociales de la historia. El Perú se convirtió en un circo de barrio pobre, con una gran cantidad de malos payasos peleándose por hacer su propia gracia ante una tribuna anhelante de espectáculo.

El preludio del movimiento fue la llamada "marcha de los cuatro suyos" convocada por Alejandro Toledo tras su derrota electoral, un papelón montado como berrinche de mal perdedor. A las cuatro de la tarde del domingo 9 de abril del 2000 se dieron los resultados preliminares de las elecciones generales. Los sondeos a boca de urna de la empresa DATUM dieron como ganador a Alejandro Toledo por un margen de 5%, cifras que fueron cambiando a medida que avanzaba el conteo oficial hasta que el resultado final dio como ganador a Alberto Fujimori por un estrecho margen, cosa que no es nada extraordinario en los resultados electorales en el Perú. Pero esto fue asumido por Toledo como un fraude (reacción electoral muy común en nuestro medio) y convocó al pueblo a marchar por las calles, como también es ya una costumbre en política. No fue un millón y medio de personas como suele ocurrir en Buenos Aires o Caracas. La llamada "marcha de los cuatro suyos" convocó apenas a unas 25 mil personas, pero bastó para darle a Toledo un perfil de líder de masas. La verdadera revolución vendría tres meses después, tras la difusión del video Kouri-Montesinos.

Toda revolución surge con un psicosocial que sirve para justificar las acciones y además ganar aceptación popular. Una circunstancia cualquiera sirve como detonante y pretexto para encender la chispa de esa mezcla explosiva que son las muchedumbres exaltadas junto a una variopinta banda de arribistas y demagogos, trepados en la tribuna liderando el descontento popular. Desde la revolución francesa de 1789 hasta la mini revuelta antifujimorista en el Perú del 2000 las cosas solo se repitieron iguales. Allí está el rey tratando de huir y exiliarse, los panfletarios creando suspicacia y alimentando el odio con mentiras, los improvisados líderes salidos de la nada arengando las marchas con sus propias consignas, la toma del poder, el linchamiento de los derrotados y el triste espectáculo de cabezas rondando. En el Perú también se dio paso a la más abyecta cacería de militares y ex ministros del régimen fujimorista condenados sumariamente por corrupción y otros delitos. La cereza del pastel siempre es la costra de intelectuales que se alquilan como prostitutas para legitimar el nuevo régimen desde el plano ético, jurídico e ideológico, pero sobre todo, para contar la historia a su manera, la que rápidamente será convertida en verdad oficial a ser enseñada a generaciones posteriores. Todo eso ocurrió en Francia en 1789 como en el Perú del 2000.

Vayamos por partes en esta revisión. En primer lugar el régimen de Fujimori no fue una dictadura. Esa es una exagerada generalización hecha a partir del breve lapso en que gobernó sin Congreso luego del golpe del 5 de abril de 1992. El Congreso Constituyente se instaló al año siguiente y en él estuvo representada toda la clase política, con la solitaria excepción voluntaria del Apra que pretendía defender "la Constitución firmada por Haya". Error histórico que luego los impulsaría a cuestionar la C-93 intentando restituirla con la de 1979. Actualmente el Apra ha abandonado ese despropósito y solo sectores radicales del antifujimorismo salvaje, de izquierda y derecha, insisten en ello.

Salvo el APRA, toda la clase política, incluyendo la izquierda, formó parte del Congreso de 1993, y en el de 1995 estuvieron representados todos los partidos. Así que ese epíteto de "dictadura" es realmente ridículo. No se puede confundir autoritarismo con dictadura. El gobierno de Fujimori tuvo todos los vicios comunes a los gobiernos peruanos, anteriores y posteeriores. Hubo una dosis de autoritarismo facilitado por la votación popular que le concedió al fujimorismo la mayoría absoluta en el Congreso de 1995, existieron las clásicas malas artes políticas e incluso corrupción descarada de parte fundamentalmente de Montesinos. Además el régimen se llenó de los típicos cortesanos de siempre, y en especial de esa nube de adulones de poca monta que siempre están dando vueltas al rededor del poder en la política peruana. Algunos se presentan solos con la excusa ya tradicional de "apoyar la gobernabilidad". Tocan las puertas de palacio y se ofrecen como pajes al régimen.

El control político de las instituciones es algo a lo que aspira todo gobierno por naturaleza. Se vio también en la gestión aprista previa y nadie ha llamado dictadura a ese gobierno. Por otro lado, la mayor cantidad de atropellos a los DDHH ocurrieron en los gobiernos de Belaunde y Alan García, pero a ninguno de ellos se los ha satanizado como al fujimorismo ni se les ha cargado delitos de lesa humanidad como ocurrió con Alberto Fujimori. La corrupción, ya se dijo, ha sido una constante en la política peruana a todo nivel. No llegó con el fujimorismo como se ha pretendido hacer creer. Tanto el gobierno anterior de Alan García y el posterior de Alejandro Toledo navegaron en escándalos de corrupción que se investigan hasta el día de hoy o que han sido tapados convenientemente.

La caída de Fujimori obedeció a una imagen infidente que mostró corrupción en el régimen pero además en toda la clase política y mediática. Estaban todos metidos allí. Se horrorizaron al verse en el espejo. Y los que quedaron fuera lo estaban solo por circunstancias ajenas a su propia naturaleza, pero aprovecharon el momento para salir disfrazados de luchadores anticorrupción y defensores de la ética y la democracia. La revuelta antifujimorista se llenó de personajes improvisados, charlatanes de plazuela y vendedores de cebo de culebra que se convirtieron en defensores de la moral. Tan delirante era el escenario que el líder de la comparsa resultó ser un arribista de baja estofa que ya había estado tratando de introducirse en la política desde hacía más de una década: Alejandro Toledo.

La primera aparición de Alejandro Toledo ocurrió en la campaña de 1995 cuando apenas logró sacar el 4% de los votos. Más tarde inscribió otro partido con firmas falsas obtenidas en una verdadera fábrica de firmas falsas montada por su hermana y un notario corrupto, encubiertos más tarde por su propio régimen en una nueva etapa de corrupción política. Alejandro Toledo volvió a participar en las elecciones del 2000. Aparecía en la TV en un spot publicitario agradeciendo al presidente Fujimori por todo lo bueno que había hecho por el país y le pedía ceder la posta. Aseguró que él continuaría la gran obra de Fujimori haciendo el segundo piso. Pero ese perfil de admirador adulón de Fujimori y conciliador amable se transformó de pronto en odio satánico tras el cargamontón antifujimorista orquestado por el Apra y la izquierda. A falta de competidores, Toledo había quedado en segundo lugar en las elecciones y se sintió llamado a liderar el reclamo y asumir el mando de la revolución.

Una vez en el poder, Toledo le entregó el país a la izquierda intelectual, la conocida "izquierda caviar", quienes se encargaron del relato oficial de la historia del fujimorismo y de la lucha antisubversiva a través de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En este relato el fujimorismo fue convertido en la época más nefasta de la historia y la izquierda fue reivindicada sacándola de su lugar de postración, luego de su aventura violentista. Al mismo tiempo se procedía al ritual de purificación nacional construyendo el cadalso donde rodarían un sin fin de cabezas. Se montó el operativo más perverso de la historia para perseguir a funcionarios del régimen fujimorista y a los militares que participaron en la lucha antisubversiva. A su vez se anularon los juicios a terroristas por considerarlos ilegales y otros fueron liberados sistemáticamente. Se desmontó el Sistema de Inteligencia Nacional considerado símbolo de Montesinos y lentamente se borró todo rastro del viejo régimen, incluyendo la Constitución del 93. Al menos eso intentaron.

De pronto, el primer día del 2005 el Perú se enteró de que nacía una nueva revolución. Esta vez el revolucionario era el comandante Ollanta Humala y su hermano Antauro quien atacó la guarnición policial de Andahuaylas apoderándose de la ciudad tras la muerte de cuatro policías y dos insurgentes. El cabecilla de la revuelta, el comandante Ollanta Humala, se comunicó a los medios para leer desde Seul una proclama a la nación exigiendo la renuncia de Alejandro Toledo porque este había traicionado al pueblo. Finalmente la asonada fracasó y los sublevados fueron apresados. Sin embargo, misteriosamente, el cabecilla regresó al Perú y se libró de toda culpa. Años después sería elegido presidente de la República confundida del Perú. No solo eso. Para completar la escena el primero en correr a felicitar a Ollanta Humala fue Alejandro Toledo, mas no como un acto de mera cortesía democrática sino para ponerse a sus servicios como un aliado por la gobernabilidad. De este modo ambos posaron para la foto como un gesto que resguardaba la democracia.

Ollanta Humala había aparecido en la escena política siendo aun capitán del ejército, sumándose al cargamontón de farsantes luchadores por la democracia durante la caída de Fujimori. Su aporte fue una ridícula asonada golpista conocida como "el locumbazo" por haberse producido en la localidad de Locumba, al sur del Perú, donde condujo con engaños a una pequeña guarnición de reservistas de la milicia para asaltar un campamento minero y dar una proclama radial exigiendo la renuncia de Alberto Fujimori, quien para entonces ya había convocado a nuevas elecciones. El resultado fue su captura y procesamiento, pero luego fue rehabilitado por Alejandro Toledo, quien lo premió además con un cargo en el extranjero. Precisamente el día en que Ollanta pasaba al retiro decidió dar un golpe de Estado contra Alejandro Toledo acusándolo de "traición a la patria", patética acusación empleada por todos los farsantes de la política latinoamericana.

De esta clase de personajes está repleta la historia del Perú. Al día de hoy ambos han convertido sus respectivos psicosociales, es decir, la marcha de los cuatro suyos y el locumbazo, en "gestas heroicas" que son conmemoradas en sus fechas respectivas como un hito de la democracia. Pero además ambos luchadores anticorrupción están siendo procesados por la justicia debido a evidentes actos de corrupción. Por su parte, la costra intelectual de la izquierda cayó en el desprestigio y su informe de la CVR, en el descrédito. Mientras tanto, el fujimorismo parece consolidarse como la principal fuerza política del Perú. De este modo se demuestra que la realidad es insobornable. La retórica, los farsantes de la moral, los saltimbanquis de la política y sus psicosociales son solo aves pasajeras que no alteran el rumbo de la historia.


Escrito por

Dante Bobadilla Ramírez

Psicólogo cognitivo, derecha liberal. Ateo, agnóstico y escéptico.


Publicado en

En busca del tiempo perdido

Comentarios sobre el acontecer político nacional y otros temas de interés social