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La construcción del mito nacionalista

Publicado: 2015-11-06

El mito cumple una función esencial en la configuración mental del ser humano. De hecho nuestra cultura está repleta de mitos que permiten entender la vida, aunque surjan de manera improvisada en el día a día, a través del relato. Vivimos con mitos milenarios convertidos en verdades universales que pocos se atreven a contradecir hoy. Este impulso por convertir en mito la historia sigue siendo parte de nuestra naturaleza. No es pues raro que veamos frases como “la gesta de Locumba” y “el legado de Ollanta” o “la dictadura de Fujimori”. 

Pasando por alto los mitos de la religión, veamos algunos mitos de la política. Por ejemplo, la Revolución Francesa, tan idealizada y glorificada por la intelectualidad progresista. En realidad no fue más que una sucesión de salvajismo popular atizada por la crisis y los demagogos. La toma de la Bastilla solo fue un acto fallido de masas confusas que pensaban hallar armas en lo que era un viejo castillo medieval en desuso. La marcha hacia Versalles estuvo encabezada por un grupo de vianderas del mercado de Paris, indignadas por los chismes que regaban panfletarios como Marat, quien trataba a la reina como prostituta organizadora de orgías. Una muchedumbre exaltada llegó a Versalles, decapitó a los guardias y tomó prisioneros a los reyes. Más tarde la Asamblea cayó presa de los charlatanes que pidieron reconocimiento a “los vencedores de la Bastilla”. El mito había empezado a fabricarse allí mismo. Lo que siguió fue un verdadero caos de sangre y violencia por toda Francia. Las cabezas no paraban de rodar hasta que les tocó el turno a los propios incitadores de la revolución.

La hecatombe revolucionaria duró meses y llenó de sangre el Sena. El final de la tragedia fue una comedia en la que un general salido de la nada, Napoleón, acabó convertido en dictador, coronándose a sí mismo emperador. Así fue como los franceses pasaron de ser gobernados por una auténtica monarquía a una farsa imperial, donde la plebe se aprovechó para usurpar posiciones de poder. Cierta versión cuenta que allí nació el término “caviar” para designar a los revolucionarios que al final acabaron en el palacio de Versalles comiendo caviar con las manos. Pero todo esto fue magistralmente convertido en gesta por la intelectualidad progresista. Según ellos no existe mayor hazaña que la Revolución Francesa, señalada como el más grande hito por los Derechos Humanos, aunque nunca se pisotearon más los derechos ni se asesinó impunemente a tantos. Se dice que fue obra del racionalismo ilustrado cuando en realidad fue resultado de la irracionalidad desatada entre masas ignorantes y sin control.

Y así podemos repasar los mitos de la izquierda mundial, desde la revolución de octubre en Rusia que acabó en el genocidio de Stalin, hasta la revolución cubana, la más longeva dictadura de la historia. El chavismo ya ha montado el mito en los libros escolares donde Hugo Chávez aparece junto a Bolívar, otro mito del progresismo anticolonialista. En el Perú tenemos también un progresismo experto en fabricar mitos, como los que se narran en el informe final de la CVR, donde Alberto Fujimori -y no Abimael Guzmán- es el más grande enemigo del país, y donde las FFAA y el Estado son los mayores perpetradores de violaciones a los DDHH.

Dudo mucho que el nacionalismo logre consolidar el mito de Ollanta y Nadine como los nuevos Manco Capac y Mama Ocllo. La gente se ríe cuando escucha hablar de la “gesta de Locumba”, una payasada donde llevaron con engaños a una tropa de adolescentes para asaltar las oficinas de una mina, llamar a RPP y dar un mensaje a la nación, conminando a renunciar a un presidente que acababa de convocar a elecciones, y todo eso mientras Vladimiro Montesinos se escapaba. Lo triste del comandante Ollanta Humala es que anda igual que el coronel de García Marquéz: no tiene quien le escriba. Y sin escribas no hay mitos.


Fuente: El Montonero


Escrito por

Dante Bobadilla Ramírez

Psicólogo cognitivo, derecha liberal. Ateo, agnóstico y escéptico.


Publicado en

En busca del tiempo perdido

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