Animalada legal
La última hazaña de este Congreso -que es el peor de la historia- ha sido aprobar por unanimidad, sin un solo voto en contra ni una sola abstención, la "ley del maltrato animal". Ni siquiera las leyes que se ocupan de niños y mujeres han merecido jamás tal nivel de adhesión. Es pues, a no dudarlo, una ley para la foto y la pose, que se alinea con la nueva era del progresismo animalista y ambientalista. Es decir, se trata de una ley sectaria, pero de un sector que está de moda y pasan por buenos y correctos.
Aunque los promotores de la ley han estado desde un principio afanados por defender perros y gatos, además de combatir las corridas de toros, han recubierto la ley animalista con una retórica general que le da mayores alcances. Así dice que se trata de proteger a todos los "seres sensibles" y han determinado por ley que solo los vertebrados lo son. Es decir, los caracoles del jardín, por ejemplo, no son seres sensibles y no están protegidos, pero si lo están todos los peces. ¡Vaya disparate!
Lo que buscan en realidad estos seres sensibles del Congreso es meter presos a los que maltratan perros por placer o negligencia. En cualquier caso se trata de enfermos mentales que gozan con el dolor y sufrimiento de un animal o simplemente idiotas que no tienen criterio para criar animales. A ellos les espera hasta 5 años de cárcel, en un país donde ni siquiera los que maltratan a las mujeres y a sus hijos van presos. Esto pinta de cuerpo entero la incoherencia y estupidez de ese mamarracho legal que solo quedaría como un saludo a la bandera de no ser porque su articulado compromete a todas las instancias del Estado, en una tarea que nos costará una buena parte del presupuesto.
El despropósito legal nos lleva a comprometer al Estado ya no para el bien de la comunidad, es decir, para servir a los ciudadanos, que es su tarea constitucional, sino para los animales. La cháchara de los perpetradores del mamarracho de ley es que con ello "se sensibiliza y se crea conciencia". Un rollo de la progresía que es usado para justificar todas sus campañas ideológicas destinadas a hacer prevalecer sus valores. De hecho, la peor clase de leyes son aquellas que pretenden imponer una moral. Las leyes no se hacen para dictar la ética o la moral de un sector, ni para crear conciencia o sensibilizar. Para eso no se dan leyes. Esa no es la finalidad de las leyes. Eso es demagogia y sectarismo.
Las leyes inútiles solo complican más la existencia. Con los amplios alcances que le han dado a este mamarracho animalista vamos a ver, en breve, problemas en los laboratorios y facultades de medicina, por ejemplo, donde se emplean animales para experimentar y aprender. Y no sería raro que dentro de poco salgan animalistas planteando demandas legales a las granjas, los camioneros y hasta los camales, entre muchos otros sectores de la industria alimentaria que tendrán que vivir con una espada de Damocles sobre sus cabezas.
El próximo paso será declarar ilegal el consumo de carnes para proteger mejor a los seres sensibles del reino animal. Luego cambiaremos la Constitución para que el fin supremo del Estado sea proteger animales y colocar a los seres humanos a su servicio y cuidado. Todo esto no es más que el resultado de la involución cultural que está sufriendo nuestra sociedad, en ausencia de una verdadera educación y formación académica de calidad, y por el copamiento político de una plaga de improvisados que llegan al Congreso sin ideas ni principios, y solo se guían por las masas, los activistas y los titulares.